domingo, 12 de febrero de 2017

THE CIRCLE OF LIFE

Hace un año el día estaba igual de gris que el de esta mañana, la lluvia, una vez más, vuelve a ser diurna compañera. El cielo es el mismo, mi ubicación distinta y sentimientos contradictorios y reflexivos.

Hace un año, la tristeza era visible: mi padre y yo llevábamos días cuidando de una ancianita con demencia en los que eran los últimos momentos de su vida. Una vez más, la familia vino como el mejor de los refuerzos en una batalla sin armas ni victoria. 
Esos días fueron muy especiales para mi, a pesar de las circunstancias, ya que fue la primera vez que podía ayudar en aquello que sobrepasa... 

Mi abuela y yo nunca tuvimos una estrecha relación, nos queríamos, por que somos familia, pero no había un vínculo estrecho. Cuando su demencia empezó a dar la cara, yo ya lo di por perdido: si en plena consciencia no se pudo, ahora menos todavía... 

Pero la vida va y te sorprende: la señora elegante y educada, enjoyada y bien peinada se convirtió en una anciana y delgada mujer de pelo blanco, finas manos y sonrisa desdentada. En su cabeza bailaban miles de historias inconexas ansiosas por salir al mismo tiempo, algo que hacía de mi abuela una charlatana mujer de balbuceos, risas y monosílabos. 

Tan curiosa y alocada estaba su cabeza que un día consiguió mantener una conversación con un muchacho francés, sin saber una palabra de esta lengua, y nosotros a carcajada limpia. 

Pero qué curiosa la vida, que la mujer educada y escasa en gestos cariñosos se convirtió en la mejor y más rápida tiradora de besos en los carrillos. 

La abuelita perdía fuerzas y con ello las ganas de comer y beber. Las noches en la residencia iban por tandas: al principio con mi padre, otros días con mi prima. Cuando me tocaba guardia no quería separarme de ella, ya que tenía la sensación de que si notaba mi mano la abuela dormía más tranquila. De vez en cuando le mojaba los labios con una gasa empapada en agua... un gesto siempre agradecido con un quejido acabado en suspiro. En esos momentos me venía a la mente una frase: "si lo hacéis por cualquiera de estos, mis hermanos...". 

Todavía tengo el recuerdo de su olor talcado y el tacto de sus finas manos; en mi mente memorizo sus besos acelerados y su risa revolucionada. 

Y llegó el final, el de su agonía. Dejar de respirar fue dejar de sufrir, y todos descargamos lágrimas de alivio y tristeza... qué se fuera rápido y en paz, era lo único que pedíamos. Y así se marchó, como una gran señora, sin hacer apenas ruido. 

Qué cosas tiene la vida, que puedas ayudar a las personas en el fin de sus días. No podíamos alargar nada, pero creo que mi abuela a día de hoy nos da las gracias por borrar de sus últimos momentos la palabra soledad. 

Y aquí estoy ahora, un año después, cumpliendo una misión completamente distinta. Hace un año ayudaba en el fin, este año acompaño a dos pequeñas gemelas en lo que es el comienzo de sus apasionantes vidas. El ciclo de la vida nunca para... y qué cosas tiene, que donde hay un final siempre podremos encontrar un nuevo principio.






PD: para mi abuela, su hijo, el mejor de los padres, y toda la familia Zarco Montoya. Por que la distancia no es barrera para querer y recordar.

Para la mujer de los besos a metralleta






domingo, 5 de febrero de 2017

BANDA SONORA


Estoy acostumbrada a acompañar mis paseos con música para hacerlos más amenos, y aunque hoy también llevo casco y grabadora, no he tenido necesidad de usarlos.

Día precioso en Dublín: un poco de viento, frío y sol. Me pongo una vez más la mochila al hombro, me cargo de provisiones y me pongo a andar dirección a la playa. A una madrileña como yo siempre le extrañará tener una playa a tiro de piedra, ya que la mayor acumulación de agua más cercana en Madrid es nuestro querido y escaso Manzanares.

El paseo está lleno de actividad: personas caminando, runners, perros runners, ciclistas, niños runners que acaban en el suelo... un camino relajante en el que la naturaleza una vez más me atrapa y cautiva. El agua aún no cubre la playa, por lo que la gente aprovecha para andar por la arena. No puedo evitar observarles, y es que muchas veces las personas que me encuentro me aportan algo solo con su presencia, paralela a la mía: una pareja bromeando mientras se besan, un matrimonio mayor paseando de la mano con garrota y muleta, un perro desobediente asfixiado por perseguir a una gaviota juguetona, un padre con gorrilla y abrigo irish cogiendo en brazos a su hijo, con la misma vestimenta que su padre, tres mujeres rondando los setenta u ochenta charlando animadamente con un termo de café, un hombre pescando...

Ahora estoy sentada en un banco, recién almorzada, escuchando las pequeñas olas que chocan en el puerto de Dublín. El sol me da el calor y la luz que necesito para escribir todo lo que aquí estoy contando. Hace nada ha pasado un labrador color negro a saludarme, su dueño me ha saludado también. El viento a veces es un tanto violento, aunque me permite que las páginas de mi cuaderno no echen a volar. La gente sigue caminando hacia el faro y yo sigo apreciando el paisaje. Me he vuelto a sentar en una piedra a buscar mi paz interior, he vuelto a dar gracias y a pedir perdón...

Ha sido otro paseo más, pero con gente y circunstancias distintas. Yo quería aislarme del mundo y de la gente. Razón por la que muchas veces me pongo la música a todo volumen... pero qué casualidad que el propio mundo que me rodeaba en ese preciso instante se había convertido, sin yo pretenderlo, en mi mejor banda sonora.