sábado, 28 de enero de 2017

EL PODER DE LO INESPERADO

Esta pequeña aventura comenzó con una cancelación… un evento al que pretendía acudir que finalmente no tuvo lugar, me hizo desandar lo andado para volver cabizbaja a casa. Algo llamó mi atención antes de salir de aquel recinto: un farolillo de colores alumbraba la entrada a un establo: una especie de cueva con paja en el suelo y figuras de mármol con forma de mula y de buey.  La curiosidad me venció una vez más y me asomé… fue tal la sorpresa que no pude evitar quedarme una hora sentada entre la paja, pensando en todo lo vivido y lo que me gustaría vivir. Pensando en la gente que abrazaría y besaría, la cantidad de risas acumuladas en mi estómago, entremezcladas con comida de marca España. En definitiva: pensando en unas vacaciones muy especiales.


Despegué los pies del suelo antes de tiempo. Mi compañera-amiga-hermana de aventuras y yo nos metimos sigilosamente en un avión rumbo a Madrid, del que nadie era consciente. Mientras todos preparaban nuestra llegada nosotras ya andábamos por suelo madrileño.

En el aeropuerto cada una se fue por su lado a cumplir una misión: la de ser la mejor sorpresa navideña. Con la maleta hinchada de regalos e ilusión llegué a Nuevos Ministerios. Llamé a una puerta preguntando por Don Luis Miguel y me adentré como un animalillo en las oficinas de donde trabajaba mi padre. Intenté abrir la puerta de su despacho y me la encontré cerrada. Y ese fue el primer impacto. - Ya aparecerá…- pensé para mis adentros.

Casualidades de la vida que me acabo encontrando con su jefe, y  entre los dos planeamos una posible entrada triunfal. Y así fue: al abrir la puerta y con las gafas de cerca, mi padre intuyó que era su hija más por mi voz que por la vista, algo que no impidió fundirnos en un enorme abrazo paterno-filial.  Y así es como mi memoria añadió un nuevo recuerdo imborrable a mi disco duro.

Charlas con mi padre, botellines de Mahou, risas y más risas, croquetas, tortilla, mi hermano y amigo Álvaro con nosotros… un regalo de los grandes. El Luismi y yo nos volvimos a casa en mi añorado Cercanías y planificamos la segunda parte de la sorpresa. Esta vez, me convertiría en un póster tamaño real que casualmente mi padre olvidaría en el pasillo del ascensor. Una vez dentro, mi padre advirtió de que se lo había dejado fuera por si algún alma caritativa podía recogerlo: una personita loca y adorable abrió la puerta y se encontró que en lugar de un póster, estaba su hermana esperándola. Creo que ha sido la vez que más me ha gustado que me dijeran entre sollozos: “Eres una P…”. Después de esto, vino mi madre: esa mujer que me dio la vida de la que aún estoy dudando si gritó por que la asusté o porque la sorprendí. Luego me dio un abrazo de los suyos y comprobé que la sorpresa fue mayúscula. Y ese fue el segundo impacto, para que luego digan que las segundas partes no son buenas.

Una comida en familia, unas risas a la española, un perro adorable al que abrazar, una hermana a la que acompañar al médico, un novio de hermana que grite desde el coche a pleno pulmón: “¡mi cuñada ha vuelto de Irlanda, fiesta en mi casa a las 9!” Un dolor de tripa inesperado y un agotamiento que me hizo acabar bajo la manta, en mi sofá, hablando con mi abuela.  Ya con mi pijama de pelo, me senté de nuevo a la mesa para compartir de nuevo otra comida “made in Spain”.  Y así disfruté de uno de los días más especiales del año. Qué bonito es volver a casa.

Una nochebuena casera, con la familia más cercana y genuina. Una celebración nocturna cargada de emoción, alegría y de muchos reencuentros agradables. Una comida de Navidad con el párroco más alto y cómico de la Diócesis de Getafe y un día de los de mantita, pelis de Disney en Cuatro y juegos reunidos nocturnos. Puede parecer un día de Navidad aburrido, pero en ese momento no imaginaba otro día mejor.

Aunque parezca perezosa, el tiempo no te permite parar, y cuando quieres ver a tus amigos siempre falta espacio en el día para verlos a todos. Pero sabes quién está deseando abrazarte y exprimir cada momento contigo. Muchos recuerdos en mi mente han dejado huella: una casa rural en manga corta en pleno diciembre, caminatas entre toros y vacas, conversaciones entre vodkas y rones, risas y más risas… días de desconexión para conectar con tu familia escogida, aunque eché de menos caras más que conocidas.
Y seguimos con la lista de recuerdos: cena con pizza, trivial y revancha, paseos en moto, en concreto dos: ambos fueron agradables, uno más sorprendente que el otro. ¿El punto en común? Que de sendos moteros me sentía orgullosa de ser su paquete.

El año 2016 tocaba a su fin, y qué mejor manera que celebrarlo en casita, una vez más con mi pijama de pelo y con las tradicionales 12 uvas y Anne Igartiburu en la pantalla, preparada para despedir el 2016.  Empecé el 2017 con mi pie derecho y con la boca llena de zumo de uva, sin embargo, lo mejor fue poder abrazar a mi familia una vez más, y compartir con ellos una vida nueva a consecuencia de un nuevo año.

Esta vez la ceremonia de “engalanamiento” para la nochevieja era distinta a las demás, porque la noche sería compartida en mismo espacio y tiempo por las hermanas Zarco, un acontecimiento del que no podía estar más contenta. Risas, saltos, tacones altos, fotos distorsionadas, miradas familiares y bailes inusuales con gente de toda la vida… en definitiva, momentos que te recuerdan cuánto de viva estás.

1 de enero, que pronto será 2 de febrero y 3 de marzo… el tiempo corre pero seguimos bailando, esta vez en zapatillas de estar por casa. Día de pijama, de concierto de año nuevo con Gustavo Dudamel y comida pesada en cuerpos ligeros y dispuestos a disfrutar del sofá y la resaca, aderezada con vasos de leche.

Y nos preparamos para la llegada de la magia. Los camellos listos y las barbas arregladas que este año vino para mí el mejor de todos los Reyes Magos que he conocido: un Rey Gaspar muy familiar y entrañable nos obsequió con su presencia por segundo año consecutivo en la Catedral de Getafe. Una mezcla de respeto, admiración y cariño se cocía a fuego lento entre los pequeños y no tan pequeños. La cena de pre-reyes cumplimos con la tradición y cenamos chocolate con roscón, con risas por saber quién descubriría la sorpresa. Sabía que no tendría mucho espacio en la maleta, pero el osito rosa de porcelana entró perfectamente en uno de mis bolsillos…

Son muchos los detalles que mantengo en la memoria: la gran sorpresa, los insultos cariñosos, los momentos de oración, de coger manos en momentos inesperados, de dar abrazos con huella, de reír hasta las lágrimas, de llorar hasta las carcajadas, de bailar alocada o de dormir plácidamente haciendo de nuevo de “manita mágica”, de dedicatorias tales como: para mi mejor regalo de reyes, de besos inesperados, de miradas de orgullo y cariño.

Y de nuevo vuelvo a mi cancelación: sentada entre paja observando la escena de un niño en un pesebre con su madre, padre, pastores, ovejas y reyes…  la imagen es familiar, en ocasiones incluso se podría decir la palabra “comercial”. En ese momento no sabía cómo iban a ser mis vacaciones, ni qué sorpresas o decepciones me llevaría, pero tuve la necesidad de dar gracias anticipadamente. De la forma más humilde posible reflexionaba en voz alta, con flashbacks y flashforwards constantes en mi cabeza, en lo que está siendo mi vida y en lo que será. Llegué a la conclusión de que era y soy una persona afortunada, no tenía miedo a lo desconocido, no me sentía abandonada a mi suerte… y es que en ese sencillo momento, sola sentada entre paja, me sentía más acompañada que nunca.








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