sábado, 24 de septiembre de 2016

LA BÚSQUEDA

Hoy buscaba soledad. No me considero para nada una persona asocial, pero si soy detallista con el silencio y con la ausencia de gente a mi alrededor. Me gusta buscar momentos para mí y mis circunstancias, los que me quieren lo saben bien. Una vez más, llené la mochila de “porsiacasos” y me fui de nuevo en busca del verde.

Me encantan los viajes en tren, cuanto más tiempo mejor. Si a eso le añadimos que el día vestía de un gris muy húmedo, podría decir que estaba en mi cuadro ideal para un momento aventurero.
Esta vez puse rumbo sur hacia Bray, un pueblo perteneciente al Condado de Wicklow. El viaje sobre raíles te muestra a no mucha velocidad toda la costa, siempre con vistas al mar, el cristal de mi ventanilla vaticinaba un paisaje de los que transmite y remueve por dentro.

Al llegar no pude evitar dirigirme hacia una playa de piedras, a cada cual más bonita que la anterior. El rugir de las olas, la carencia de gente, mis ganas locas de pasear bajo la lluvia han hecho de esta excursión por la playa la mejor de las que yo recuerdo.

Llovía, pero no me importaba. Seguramente el día no habría sido tan especial si hubiera sido soleado. Hoy buscaba bosque: decidí hacer un poco de senderismo por Bray y subir hasta lo alto de una gran cruz para ver qué tal se veía el mundo desde allí arriba. No pude tomar una decisión más acertada…

Durante el ascenso el bosque me iba cobijando de la lluvia que por momentos caía con mucha más intensidad. Yo con mi chubasquero calado y mis botas impermeables, a pesar de la dificultad no podía parar de sonreír. Una pequeña gran aventura para mi sola, llena de caminos por tomar, de árboles en los que sentarte y viento al que escuchar solemnemente.

Llegué a una gran explanada con grandes árboles y decidí hacer un alto en el ascenso. Seguía sola, salvo por un par de grupos que me encontré al inicio del sendero, el resto del camino fuimos yo y mi chubasquero amarillo, que me seguía casi arrastrándose enganchado a mi espalda.

Esa explanada me decía algo, me invitaba a quedarme, me susurraba cosas… Sentí como una especie de recuerdo, una conexión férrea con la naturaleza. Era María pero también Gaia, mi lado natural salió a la luz y dejé que fuera ese instinto el que me impulsara a dar cada paso.

Puede que en otro tiempo en lugar de con gruesas botas anduviera descalza, que mi chubasquero amarillo fuese solo una capa de lana, que en lugar de mi pelo corto tuviera una poblada melena empapada por la lluvia… puede que en lugar de sentarme en los árboles me subiera en ellos y en vez de pensar, durmiera plácidamente entre las ramas…

Seguía subiendo con una sonrisa de oreja a oreja. Ya casi alcanzada la cima el viento imponente me hizo dar un paso atrás. Abandoné el abrigo del bosque por la colina despejada con fuertes ventoleras. Aun así seguí adelante, llegué hasta el pico más alto, colonizado por una enorme cruz de piedra. En vez de evocar a mis ancestros recé por ellos, di gracias por el camino de hoy, por los que ya he dado y por los que daré. El viento seguía empujando mi cuerpo, sorprendido por tanta fuerza. A pesar de ello me quedé un tiempo en esa cruz: las vistas desde allí daban a una mucho en lo que pensar. Incluso las aves tenían dificultades para volar con tanta fuerza, tanta majestuosidad natural comprimida en un pequeño trozo de tierra verde… imposible de creer.

Al bajar, volví a quedarme en mi santuario particular, cogí fuerzas comiendo algo y bajé por donde subí. O al menos eso creo. Estaba totalmente calada, pero eso era lo de menos. Seguí caminando paralela a las vías del tren y encontré un refugio con banco incluido donde cambiarme de ropa y entrar en calor.


Un mar gris y embravecido estaba frente a mí. Como una especie de hechizo me quedé sentada embobada por el movimiento del agua. No entiendo muy bien por qué pero los paisajes abrumadores siempre me recuerdan a los que ya no están. Quiero creer que ellos son partícipes de su belleza y que, como yo en la cima de la montaña, tienen un lugar privilegiado en el que disfrutar.


Hoy buscaba soledad y la encontré, buscaba ser feliz y lo conseguí.








KERRY Y SU ANILLO MÁGICO

  
Amanecer en Dublín
A las 5 de la mañana sonó mi despertador, una ducha impaciente, últimos preparativos, las botas puestas y mochila en la espalda. Al salir, un frío desconocido que indicaba un comienzo entre rocío y alguna que otra ardilla madrugadora.

Siempre con música en mis oídos y pasos rítmicos en mis pies, aproveché la soledad de la noche para cantar sin vergüenza y reír ante la nueva aventura. Tras mis pasos dejaba el amanecer, que tímido iba dando los buenos días a la ciudad de Dublín. Y qué mejor estampa que el sol a través del río Liffey y sus puentes…

Poco a poco, la buena gente española nos fuimos reuniendo para embarcarnos en la que sería mi primera gran aventura por tierras irlandesas. Cogimos un rent a car y convertimos las salidas y paradas en retos de españoles conductores por un lado al que no estaban para nada acostumbrados. Y es que conducir por la izquierda es todo un desafío para el cerebro, pero está visto que el ser humano se hace a todo, y conseguimos llegar a nuestro destino sanos y salvos.

Con cambios de emisora cada dos por tres, era más fácil sintonizar con el paisaje que con la música. Eso no nos impidió reír, cantar y acordarnos de la buena gente que corta carreteras así porque si… simplemente para complicar al personal turístico.

Finalmente llegamos a nuestro destino: Killarney, el principio del anillo y de nuestro viaje, un pueblo con encanto natural, por su  grandioso parque nacional, y con ambiente festivo, por sus fines de semana luminosos llenos de música y bailes.

Al llegar nos acomodamos en nuestro hostel, reposamos un poco y salimos en busca de comida como animales hambrientos. Cogimos de nuevo el coche y nos sumergimos en el paisaje del Parque Nacional de Killarney.

   
Ladies View
Con unas carreteras que a más de uno le provocarían micro infartos, incluyendo los enormes autobuses en sentido contrario, el parque poseía un encanto abismal: a cada curva la naturaleza mostraba sus mejores galas, con lagos inmensos, verdes bosques y rocas abrillantadas por la lluvia. Nuestro objetivo prioritario en ese momento era buscar un lugar donde comer a gusto nuestro picnic hispano-irlandés. Al final lo encontramos en Ladies View, un punto con buenas vistas y piedras cómodas para sentarse y comer: mirando a la nada pensando en todo…

El parque era demasiado grande para una tarde, por lo que decidimos dosificar los lugares de mayor interés: vimos cascadas como las de Torc, y tras la vista de las señoritas nos buscamos nuestros propios parajes. Con susto de coche incluido, regresamos al hostel a descansar y coger fuerzas para la noche, que nunca habríamos apostado que fuera como realmente fue.

   
Carretera del anillo de Kerry
Cenamos en un burguer y nos dispusimos para la tanda de cervezas. Buscábamos camuflarnos con el ambiente, y qué mejor forma que ir a un bar donde bailen y canten al más puro estilo irlandés… Al final la noche se movió entre Guinness, zapateos, gritos salvajes, saltos, acordeones y banjos. Momentos con denominación de origen. Supimos pasar con elegancia y sutileza de lo más tradicional a la música más actual: con un cantante que lo dio todo, acompañado en muchas ocasiones por su gran amigo y bailarín con síndrome de down. Instantes que solo por contemplarlos una se siente afortunada. No alargamos la noche en exceso, que mañana tocaba ruta, y de las que marcan…

Comienza la ruta del anillo: pasamos por la misma carretera que el día anterior, y una vez pasada Ladies View, nos dejamos llevar por lo desconocido. Nuestra primera parada: Kenmare, el pueblo que nos mostró que la elegancia y el cuidado de las fachadas en Irlanda es algo general y prioritario. Casas de colores, bares de madera oscura… siempre a juego con el paisaje.

La ruta estaba más que marcada, pueblo por pueblo, vista por vista. A pesar de eso, era el propio paisaje el que te indicaba cuándo parar y por cuánto tiempo. Según lo grandioso del paisaje así nos quedábamos veinte minutos o cuarenta, aunque muchas de estas vistas invitaban a quedarte allí toda la vida.

Pasamos Sneem, y continuamos hasta Caherdaniel donde nos esperaba la magnífica playa de Derryname. Quedamos tan impresionados, que la parada fue una mayoría absoluta silenciosa. Esa playa no dejó letras en la arena pero si pisadas, saltos y risas de españoles llenos de vida y ganas de seguir descubriendo regalos en forma de vistas.




Llegamos a Waterville, pueblo conocido por haber acogido al gran Charles Chaplin durante sus vacaciones de verano. No tenía mal gusto nuestro amigo, aquel que dijo que un día sin risa es un día perdido. No pudimos evitar corroborar su pensamiento:




Comimos en Waterville. Nos llenamos el estómago con sándwiches de lujo y sopas típicas de estas tierras y continuamos nuestro anillo con dirección a Cahersiveen y la Playa de Kells. Disfrutamos una vez más de un mar salvaje y un viento agitador de cuerpos y pensamientos.

Puck King
Pasamos por Glenbeigh y acabamos nuestro anillo con Killorglin y, como no podía ser de otra manera, visitando al Puck King (rey cabra). Cuenta la leyenda que durante la invasión de los ingleses de manos de Oliver Cromwell, las cabras corrían asustadas hacia las montañas tras el paso del enemigo. Todas menos una, que se dirigió al pueblo de Killorglin. Cuando los habitantes vieron a la cabra inquieta intuyeron que algo no iba bien. Gracias a esa cabra se anticiparon para la batalla y consiguieron salvarse. Por ello, todos los años se realiza el Puck Fair: un festival en el que se corona a una cabra como rey.

Nuestro amigo puso el punto y final a un anillo que dejó muchas imágenes grabadas en la retina, cámaras y móviles. Aunque he de admitir que mucho de lo aquí contado se me grabó directamente en el corazón. En cada parada tenía un pensamiento, precisaba de un rato a solas con la naturaleza… mi cabeza daba vueltas como un molino de agua y pensaba: ¿Quién en cada momento? Como una especie de acertijo personal compartido por dos personas muy complicadas a la par que simples. En una playa faltaba una madre, en un acantilado un padre, en una cascada una hermana, en un merendero mirando al mar un amigo… fui como dejando migas de pan a través del anillo, confiando en que Irlanda deje tanta huella en mi como yo en este mágico país.









jueves, 8 de septiembre de 2016

EN BUSCA DEL VERDE

Howth
Vivir en una ciudad nueva no me ha sido tan difícil, gracias a bellísimas personas que me han hecho la adaptación lo más sencilla posible. No es tan difícil cuando has vivido en una ciudad toda tu vida. Pero las sensaciones de pasar de ciudad en ciudad son distintas, porque en mi nuevo hábitat tengo la posibilidad de escaparme hacia lo salvaje y natural.

La primera escapada de Dublín fue hacia el norte: Howth, situado a 13 km de la ciudad, en el Condado administrativo de Fingal.  Howth, Binn Éadair en gaélico, es un pueblecito pesquero que sirve en muchas ocasiones como punto de evasión del dublinés agobiado por tanto taxi, tanta bici y tanto autobús de dos pisos.

Allí marchamos un grupo de españoles por el mundo destino Irlanda: la compañía fue de lo más agradable, aderezada con unas vistas espectaculares y un menú “Fish and Chips” para poner la guinda al “Irish cake”.


Ireland´s Eye
Los barcos en el puerto dan la bienvenida al turista, además de las famosas focas. Después de llenar el estómago con pescado y el espíritu con rock del bueno, nos pusimos a caminar por el pueblo. Dejando atrás el puerto, nos adentramos en los caminos de roca y hierba, posando nuestras botas sobre acantilados que, a pesar de no ser los más conocidos no por ello eran menos espectaculares.

A través de los caminos de la Península de Howth, se puede apreciar una isla conocida como “Ireland´s Eye”, a la que se puede ir en barco turístico y contemplar su reserva de aves. Sobre los acantilados, hay caminos que llevan hasta el faro, donde se puede contemplar Dublín a lo lejos, siempre que el tiempo lo permite.

Caminando, riendo, apreciando el paisaje, me di cuenta de lo bonito que era aquello. Y esto fue solo el principio… se trata del prólogo de la historia que Irlanda tiene reservada para mí. Desde que supe que mi siguiente destino era este bello país tuve la sensación de ir a un sitio ya conocido. Esto es imposible, ya que lo más cercano que tenía de Irlanda eran las leyendas asturianas sobre la cultura celta y sus gentes.

Un anillo con símbolo celta me acompaña desde mi adolescencia: un trisquel que me recuerda una conexión con el paraíso natural que es Asturias. Esta conexión se reaviva con el país de los celtas, los vikingos, la cerveza amarga y el orgullo por una tierra tan lluviosa como llena de magia.

El verde y la roca me llamaban a gritos, las vistas me hacían sentir que todo estaba bien, el viento e incluso, la típica lluvia irlandesa, me empujaban a salir hacia lo no explorado. Una celta moderna iba en busca de lo verde, de un “leprechaun” y de muchos tréboles. No importa que estos últimos sean sólo de 3 hojas, bastante suerte tengo con estar aquí… 





domingo, 4 de septiembre de 2016

PASEOS EMBOBADOS

Esta semana me he ido a dar un paseo... ¿algo raro verdad? Me he dado cuenta de que hay paseos y “paseos”. Con una dirección concreta y unas calles ya conocidas, descubría poco a poco detalles que en pasadas anteriores no había visto: una flor llamativa, un cartel ingenioso, un edificio acristalado, un atardecer rosado. 


Son paseos con interrupciones espontáneas, y es que hay instantes en los que si no te paras a observar desperdicias el tiempo: zancadas de más por disfrute de menos. Girar sobre tus propios pasos, mirar lo que tienes detrás y lo que queda por recorrer… poner una sonrisa a cada progreso y mirar con curiosidad hacia lo que aún no se ve.


Ya había pasado por esas calles, ya casi sabría ubicar la mayoría de las tiendas, incluso creo que me he topado con las mismas personas. Pero yo necesitaba detenerme, hacer fotos, tapar mi reloj y abrir mis sentidos.


A veces imagino cómo me puede ver una persona desde fuera cuando camino por la calle: dando saltitos, sonriendo por nada, llorando por la música melancólica, recordando momentos de risas, pensando en voz alta para el cuello de mi sudadera. Esas cosas que se hacen cuando caminas sola. Sinceramente poco me importa si me toman por loca, ya que dentro de mi locura no sería feliz comportándome normal.




Tampoco soy de montar espectáculos por la calle, bastante tengo con mi circo mental: un circo en el que el funambulista no se juega la vida pero si la felicidad, un circo en el que los malabares se hacen con los sentimientos, un circo en el que cada actuación es distinta a cualquier otra. Igual pasó con mi paseo: un mismo recorrido de una mujer embobada por el momento presente, único e irrepetible.  









jueves, 1 de septiembre de 2016

MAGIC MOMENTS


Sandymount beach
Sentada en una roca, observando el mar, disfrutando de las risas de niños y mayores, con un cielo nublado y un viento que agita árboles y pensamientos... así me encuentro yo, María, una mujer con miedos y curiosidades, con alegrías y tristezas, con fuerza y debilidad. En esta playa de Dublín he encontrado de nuevo la paz: lo que siento es tan confuso que parece que han metido todas las sensaciones humanas posibles dentro de mi cabeza y han hecho con ella un smoothie en la batidora.

Estoy feliz, me he aventurado a dar EL PASO. Este paso no es solo un cambio de país, un año como Au Pair por tierras irlandesas...es mucho más que eso: es una transformación, una demostración a mi misma de lo que soy capaz, de cuánto bien puedo aportar al mundo, de probar a vivir responsable de los buenos y los malos momentos. En definitiva: de crecer en espíritu. Sé que no estoy sola, estoy más acompañada que nunca, porque toda la gente que me quiere viajó conmigo en la maleta, y también dentro de mi.

A partir de ahora, una nueva mujer recorrerá estos parajes. Una celta tan salvaje como libre disfrutará del mar, del bosque, el viento y la lluvia. El viaje de Gaia comienza y su corazón late más fuerte que nunca.