Hoy buscaba soledad. No me
considero para nada una persona asocial, pero si soy detallista con el silencio
y con la ausencia de gente a mi alrededor. Me gusta buscar momentos para mí y
mis circunstancias, los que me quieren lo saben bien. Una vez más, llené la
mochila de “porsiacasos” y me fui de nuevo en busca del verde.
Me encantan los viajes en tren,
cuanto más tiempo mejor. Si a eso le añadimos que el día vestía de un gris muy
húmedo, podría decir que estaba en mi cuadro ideal para un momento aventurero.
Esta vez puse rumbo sur hacia
Bray, un pueblo perteneciente al Condado de Wicklow. El viaje sobre raíles te
muestra a no mucha velocidad toda la costa, siempre con vistas al mar, el
cristal de mi ventanilla vaticinaba un paisaje de los que transmite y remueve por
dentro.
Al llegar no pude evitar dirigirme hacia una playa de piedras, a cada cual más bonita que la anterior. El rugir de las olas, la carencia de gente, mis ganas locas de pasear bajo la lluvia han hecho de esta excursión por la playa la mejor de las que yo recuerdo.
Llovía, pero no me importaba. Seguramente el día no habría sido tan especial si hubiera sido soleado. Hoy buscaba bosque: decidí hacer un poco de senderismo por Bray y subir hasta lo alto de una gran cruz para ver qué tal se veía el mundo desde allí arriba. No pude tomar una decisión más acertada…
Al llegar no pude evitar dirigirme hacia una playa de piedras, a cada cual más bonita que la anterior. El rugir de las olas, la carencia de gente, mis ganas locas de pasear bajo la lluvia han hecho de esta excursión por la playa la mejor de las que yo recuerdo.
Llovía, pero no me importaba. Seguramente el día no habría sido tan especial si hubiera sido soleado. Hoy buscaba bosque: decidí hacer un poco de senderismo por Bray y subir hasta lo alto de una gran cruz para ver qué tal se veía el mundo desde allí arriba. No pude tomar una decisión más acertada…
Durante el ascenso el bosque me
iba cobijando de la lluvia que por momentos caía con mucha más intensidad. Yo
con mi chubasquero calado y mis botas impermeables, a pesar de la dificultad no
podía parar de sonreír. Una pequeña gran aventura para mi sola, llena de
caminos por tomar, de árboles en los que sentarte y viento al que escuchar
solemnemente.
Llegué a una gran explanada con
grandes árboles y decidí hacer un alto en el ascenso. Seguía sola, salvo por un
par de grupos que me encontré al inicio del sendero, el resto del camino fuimos
yo y mi chubasquero amarillo, que me seguía casi arrastrándose enganchado a mi
espalda.
Esa explanada me decía algo, me
invitaba a quedarme, me susurraba cosas… Sentí como una especie de recuerdo,
una conexión férrea con la naturaleza. Era María pero también Gaia, mi lado
natural salió a la luz y dejé que fuera ese instinto el que me impulsara a dar
cada paso.
Puede que en otro tiempo en lugar
de con gruesas botas anduviera descalza, que mi chubasquero amarillo fuese solo
una capa de lana, que en lugar de mi pelo corto tuviera una poblada melena
empapada por la lluvia… puede que en lugar de sentarme en los árboles me
subiera en ellos y en vez de pensar, durmiera plácidamente entre las ramas…
Seguía subiendo con una sonrisa
de oreja a oreja. Ya casi alcanzada la cima el viento imponente me hizo dar un
paso atrás. Abandoné el abrigo del bosque por la colina despejada con fuertes
ventoleras. Aun así seguí adelante, llegué hasta el pico más alto, colonizado
por una enorme cruz de piedra. En vez de evocar a mis ancestros recé por ellos,
di gracias por el camino de hoy, por los que ya he dado y por los que daré. El
viento seguía empujando mi cuerpo, sorprendido por tanta fuerza. A pesar de
ello me quedé un tiempo en esa cruz: las vistas desde allí daban a una mucho en
lo que pensar. Incluso las aves tenían dificultades para volar con tanta
fuerza, tanta majestuosidad natural comprimida en un pequeño trozo de tierra
verde… imposible de creer.
Al bajar, volví a quedarme en mi
santuario particular, cogí fuerzas comiendo algo y bajé por donde subí. O al
menos eso creo. Estaba totalmente calada, pero eso era lo de menos. Seguí
caminando paralela a las vías del tren y encontré un refugio con banco incluido
donde cambiarme de ropa y entrar en calor.
Un mar gris y embravecido estaba frente a mí. Como una especie de hechizo me quedé sentada embobada por el movimiento del agua. No entiendo muy bien por qué pero los paisajes abrumadores siempre me recuerdan a los que ya no están. Quiero creer que ellos son partícipes de su belleza y que, como yo en la cima de la montaña, tienen un lugar privilegiado en el que disfrutar.
Hoy buscaba soledad y la
encontré, buscaba ser feliz y lo conseguí.