viernes, 9 de diciembre de 2016

SOBRE RUEDAS

Neumáticos, cascos, luces, manillares, cámara y acción. Salir de tu zona de confort no es fácil, pero tampoco lo más complicado del mundo. ¿Lo peor? superar los miedos: esas pequeñas cicatrices que tenemos en cuerpo y alma que nos impiden vivir plenamente.

Hay heridas más recientes, problemas más duros que otros... pero todo se resuelve siendo un poquito valiente, curioso y loco (la misma dosis para cada uno).
Uno de mis miedos era la bicicleta: ese sencillo transporte tan común en mi ciudad de acogida que puede resultar tan útil como un BMW o un Mercedes.
Sin embargo, le tenía mucho miedo... Tanto era así que mi hermana de distinta madre hizo conmigo una tabla para discernir en si bici si o bici no.
Finalmente salió el sí, solo faltaba comprarla; otra aventura nueva que al final salió redonda, nunca mejor dicho.

Mi compañera de fatigas se llama Radar: es blanca y azul (más escocesa que irlandesa) y tiene los frenos al revés.
La primera vez que la probé antes de comprarla tuve la sensación de que era para mí (seguramente porque el sillín estaba a la altura perfecta). Una vez comprada me vino un pánico enorme ¿Y si al final no soy capaz? ¿Y si tengo un accidente? ¿Y si me la roba un ladrón o la abduce un UFO? Ya sabéis... yo y mi miedos absurdos.

Me compré un casco para prevenir accidentes. Para esta compra decidí priorizar la seguridad y la relación con su precio: un casco negro de skater que me recuerda que no estamos aquí para seducir, estamos para lo que estamos: estudiar, desplazarnos y disfrutar.
El primer trayecto fue el más duro: buses de dos pisos, taxis con ganas de roce y perreo, cuestas infernales, semáforos interminables... un popurrí de obstáculos reflejados en mi cara de susto ante tanto peligro. Pero estaba decidida: esto tenía que funcionar, lo tenía que conseguir.

Poco a poco fui cogiendo más confianza, sin perder la atención al tráfico y a la ruta. Poco a poco empezaba a sentirme bien sobre la bici.
Para muchos puede parecer una tontería, sin embargo, para mi era como una pequeña prueba personal: hace ya unos años, debido a mi inexperiencia, me caí de la bici en una pequeña carretera de Portugal. Se podría decir que ese día comí asfalto... aunque el pollo también estuvo bueno. Desde ese día le cogí pánico a este vehículo.

Estamos a 9 de Diciembre y Radar, mi bicicleta, sabe que esta tarde toca ruta. Ahora en Irlanda los impedimentos para montar en bici son el frío, la lluvia y las pocas horas de luz, pero esto se soluciona con un buen abrigo, chubasquero y luces intermitentes.

Siempre le tendré respeto a la bici y a todo lo que suponga montarte en un vehículo, incluso con el carrito de bebé. Aunque ahora ya no hay miedo en mi expresión, sino asombro, orgullo y felicidad.
Uno de mis momentos favoritos del día, o la noche, es cuando me subo en la bici de vuelta a casa.
La sensación me hace pensar: si pudierais verme ahora, además de haceros mucha gracia con mi casco de hormiga atómica, podríais comprobar que los miedos se fueron. Podríais verme sonreír y disfrutar del paseo. A veces en mi calle miro al cielo y lo veo despejado (sí, es posible en Irlanda) con las estrellas perfectamente visibles e identificables. Como aún sigo en movimiento, la sensación es que el cielo te envuelve... esta imagen me recuerda que llego a casa.

Cuando dejo la bici en el jardín le doy unos golpecitos al sillín y le digo: gracias amiga. No estoy loca, sé que no tiene vida propia, pero Radar se ha convertido en mi primer gran instrumento para quitarme miedos y darme seguridad... mi primera gran bicicleta en la que voy feliz y con decisión hacia donde mis ideas me guíen.